domingo, 22 de junio de 2014

MI PRIMERA VEZ

Buenas noches vecinos y vecinas.

Ya empiezo a animarme.
Estoy en un proceso de búsqueda incasable de musas e inspiración. Prometo retomar  - si puedo -  mi escritura de nuevo. Leo y releo, clásicos y contemporáneos, antiguas anotaciones de mi libreta de ideas. Leo viejos proyectos y nuevos que dejé en el cajón de "pendientes de revisar".
Busco dragones otra vez.....

Aquí os dejo, sin duda, algo espectacular que me pasó en un momento muy delicado de mi vida.
Corría el otoño del 2009 cuando los encontré tras una puerta en una sala en la asociación de barrio de peñamefecit, aquí en Jaén.
Llamé, y tuvieron el valor de dejarme entrar.

Este es sin duda para mí uno de mis mejores cuentos, no por su calidad pues ya sabéis que simplemente me dedico a garabatear, pero hacer esto, fue una gran experiencia. Me dejaron participar en este libro que publicamos en el 2010, y si, desde entonces mi vida cogió la senda que debía.

Gracias Asociación LAPISLÁZULI literaria.


Esta fue mi primera vez.



LA SOMBRA QUE TENEMOS                                   wiwi.- 


El baile de unas lágrimas por mis mejillas me abrasa como si fueran cristales fundidos. Me separan doce pisos de altura de un asfalto negro y sucio. El frío de la madrugada me cuartea la cara y alma, pero me mantiene viva. Perdí la cuenta de las horas que llevo en la cornisa de esta terraza. Me gustaría saltar, me gustaría escapar muy lejos, pero algo dentro de mí ha cambiado.


Y será para toda vida…


El día comenzó al revés. El café fue oscuro y amargo como el polvo de la noche anterior. Víctor adelantó su marcha. A su portazo mudo le siguió su hipócrita y fiel sombra. Ni un beso, ni un hasta luego, ni un te quiero, solo un silencio cruel que ahogada en un pozo profundo los mejores sentimientos que tenía hacia mi marido.

Escupí su café y un hilo de sangre negra cortaba en dos el fregadero blanquecino, parecía que la luna se desangraba.

Llevaba cinco o seis meses que me resultaba lamentable acicalarme cada mañana frente al espejo. Ocultar arrugas y ojeras bajo kilos de maquillaje barato, minaba un animo que a estas alturas ya se arrastraba por los suelos. Despuntaba mis pestañas con el rimel más negro y más brillante que tenía, pero sin permiso, aparecían los llantos y emborronaban una cara cansada, una cara hastiada que cada mañana le preguntaba al espejito mágico, - “¿por qué?” -, pero nunca me contestaba.

Víctor estaba cambiando, por momentos el demonio de su juventud hacía acto de presencia. Insultos, amenazas, rabia, cólera, drogas. No sé por qué le deje llegar a esta situación. Bueno, creo que algo si que sé. Creo que en el amor existe una sombra, aunque pequeña y delgada, profunda y oscura. Allí vive el odio y el perdón, la traición y el arrepentimiento, la mentira y la verdad. Esta sombra la tenemos todos y acarreamos con ella como un penitente acarrea con su cruz. Eché la vista hacia un lado y cerré los ojos, ilusa, creí que las cosas se arreglarían solas.

Al airear las sabanas, el recuerdo del sexo de la noche anterior me revolvió el estomago, Víctor me hizo el amor como si no me conociera de nada, yo no pude. Sudando se desplomo sobre mi, resoplaba, como si estuviera obligado, como si fuera fingido, se olvidó de abrazarme, no quiso besarme. La cama olía a tabaco rancio, no puede reprimir la nauseas. Esa fue la primera mañana que empecé a vomitar.

Todos los días ansío por llegar a la oficina. Creo que como a muchas personas el trabajo nos sirve de evasión. Allí vivimos otra realidad, vivimos otra vida. Me siento otra mujer, por unas horas no existe Víctor, no existe la pena y hay momentos que la pasión se ilumina con lucecitas de colores. Esos momentos los protagoniza el chico de Recursos Humanos, Carlos, cuando me habla, parece como si me leyera un cuento de princesa. Cada mañana prueba a tirarme los tejos, me embriaga, suspiro a su espalda, junto mis nalgas y me retuerzo bajo la mesa de oficina, me vengo arriba, agradezco esos momentos, busco a diario esos instantes, hacen que me sienta de nuevo mujer.

Un zumbido impertinente me despierta de mi dulce sueño. El móvil con el nombre de Víctor se retuerce por la mesa, exhala una luz endemoniada como si estuviera viendo el flirteo con mi compañero. La cara de hastío que muestro al contestar el teléfono sirve de repelente de hombres, el trovador de Recursos Humanos desaparece envuelto en una hermosa neblina de cuentos de hadas. Víctor queda conmigo para desayunar, como siempre, todavía no son las diez de la mañana y ya no tiene ni para un café. Cuelga sin despedirse y dejándome con la palabra en la boca. Estoy harta, ya estoy muy cansada. Ya no quiero lloras más, ya no quiero escupir más, no, ya no quiero vomitar más.

Hoy, por la mañana, en el desayuno, acabaré con mi matrimonio.

En el bar, la cara de Víctor me resulta repugnante. Sorbe el café como si bebiera en un cuenco de sopa hirviendo, y se traga el cruasán sin masticarlo. Lo miro de arriba abajo, no, ya reconozco aquel hombre. Por más que intentaba agarrarme a algo bueno de él, no, ya no lo conocía. Busqué dentro de mis mejores recuerdos con él, pero su actitud apagó la luz de nuestra relación y encendió la del odio. Seguro, aquel no era Víctor.

- ¿Qué me miras, es que tengo monos en la cara? - Esputó colérico por su boca.

- Víctor, quiero el divorcio. – Le mascullé con voz trémula.

De inmediato me arrojó el cigarro a la cara, me agarró el pelo por la nuca y enfrentó mi cara a la suya. Sus labios casi tocan los míos. De nuevo el olor a tabaco rancio me produjo nauseas.

- ¿Qué diablos has dicho? - Me contestó excitado, salivando por una boca repleta de cruasán y con los ojos medio idos.

Muy sutil, como si fuera el abrazo de un enamorado para no levantar sospecha en el local, con la mano que agarraba mi melena por la nuca, la retorció y retorció como si fuera una culebra estrangulando a su presa hasta que me arranco algunos mechones, y con la otra, bajo la mesa, clavó su uñas en mi brazo como un gato cobarde.

De sus labios brotó el mismo infierno.

- Vas lista si crees que te voy a dejar escapar. Tú eres mía y de nadie más y antes de que me dejes te mato y te hago pedazos. No bromeo zorra. - Fueron las palabras más sinceras que jamás le hubiera escuchado.

Me mordió en los labios como un animal devora su comida, de lejos pareció la despedida de dos enamorados, pero de cerca la escena fue dantesca. No hice nada, no dije nada. En la puerta del Café se sacudió de la mano restos de mis cabellos y me miró con los ojos llenos de veneno.

Estática, petrificada, asustada. Un escalofrío recorrió mi espalda y se enroscó en la garganta, ahogó mis gritos, hasta secó mis lágrimas.

La camarera se percató de la escena, me regaló su mano tibia en mi hombro, me regaló calor y fuerza a través de sus latidos, me regaló esperanza por su piel, pero por su mirada me enseño la soledad. Me ofreció un vaso de agua, no dijo nada, no hizo falta.

Por primera vez en mi vida, me había sentenciado a muerte. Y estaba sola.
Encerrada en el servicio del trabajo no paraba de llorar. Ahogaba mis gritos hundiendo mi cara en una rebeca que pasó el invierno en el respaldo de la silla de mi oficina. No quería que nadie se enterara. Intenté ponerme en contacto con el 016, pero no pude. No sé por qué. O si lo sabía. A mi mente llegaban los reproches o las críticas que durante toda mi vida les hice a las mujeres que no denunciaban a sus maltratadores, yo sabía de lo qué hablaba, yo lo viví en mi casa de niña, pero ahora me daba cuenta de sus acciones. Locura, temor, resignación, no sé, ese lado oscuro del amor, esa maldita sombra que todos tenemos. El amor es caprichoso y traicionero, a veces el mismo cambia el guión y la película romántica pasa a ser una pesadilla de la que no despertamos nunca, el amor siempre juega con nosotros, de una manera u otra nos usa a su antojo.

El espejo del servicio me mostró la cara de la muerte, sus dientes estaban podridos y rotos, y los ojos, aquellos ojos, eran los de mi marido Víctor.

Al reloj de la cocina le faltaba poco para las seis de la tarde. La ansiedad y el miedo no me dejaban respirar, nerviosa, hice la maleta a prisa y corriendo. Por nada del mundo me quería encontrar con él. Cogí lo primero que vino a las manos, removí cajones y estantes como si estuviera robando en casa del vecino. Al menos tenía un sitio donde ir. Mi amiga Lucía se prestó a ayudarme sin ningún reparo, y sobre todo, sin ninguna pregunta.

Antes busqué ayuda a mi madre, pero la muy estúpida me terminó de hervir la sangre que a esas horas fluía como lava por mis venas. Quiso convencerme de que no era para tanto, de que ella si que aguantó los golpes y la mala vida que le dio mi padre. Nadie se enteró de aquello y, a nadie le fue con el cuento como estaba haciendo yo. Pasó su amargura sola, en una silla, en la cocina, hasta que murió, treinta y seis años padeciendo. Que de que me quejaba tanto, si Víctor es un buen muchacho, mil veces mejor que tu padre, con sus cosillas, pero como todos los hombres, es ley de vida. Decía sin reparo y convencida. Le tuve que colgar el teléfono. Estúpida, más que estúpida, amargada. Siempre la pagó conmigo y con mi hermana. Nos culpaba de su frustración, de su cobardía. Así se pudra en el infierno de los ignorantes, en el infierno de los cobardes, en el infierno de los que odian a todos, así se pudra junto a los huesos de mi padre, los dos fueron iguales.

Agarré la maleta con fuerza, cerré los ojos, respiré profundamente y me dispuse a abandonarlo todo, a comenzar una vida alejada de él.

No sentí nada cuando el puño de Víctor golpeó mi cara, me desplomé sobre el suelo del recibidor, luego, oscuridad y silencio.

Medio abrí un ojo, el otro era imposible, estaba cerrado a causa de la hinchazón. Con la lengua humedecí unos labios resecos y acartonados, saboreé sangre y carmín, las mejillas me ardían como la lumbre. Un dolor intenso dentro de mi cabeza impedía que asimilara lo que estaba ocurriendo. Pasaron algunos segundos. Unos empujones bajo el vientre zarandeaban todo mi cuerpo, no sabía lo que pasaba. Me extrañó la posición en la que estaba, y más aún lo primero que vi.

Una embestida salvaje en mi vagina terminó por despertarme.

Víctor me violaba sobre la mesa del salón, y yo miraba la lámpara del techo.

- Ya estás aquí bella durmiente. Llevo casi una hora dándote besitos para despertarte, por cierto, eres una desagradecida, tenemos visita y tú, ahí, durmiendo. - Me susurró al oído como si estuviera despertándome un domingo en la cama.

Víctor no cejaba en sus acometidas. Fijó con fuerza mis hombros en la mesa para que no me moviera. Me atrapó como un buitre agarra su carroña.

Como pude intente fajarme, como puede intente comprender.

La blusa hecha jirones, el sujetador subido hasta el cuello, a veces lo utilizaba de soga y, me apretaba y apretaba. Los vaqueros no estaban y las bragas me colgaban de un pie. Agarraba con fuerza el bolso que me pesaba una barbaridad, como si estuviera lleno de hormigón.

La cara de mi marido estaba desencajada. Bebía ginebra directamente de la botella, me babeaba el alcohol como si fuera un viejo borracho vencido por la locura. No paró de penetrarme un segundo, Víctor me violaba como si yo no fuera nadie para él, parecía su juguete en su juego más macabro.

Giré la cabeza, tras de mi, en el sofá, un hombre desnudo esnifaba cocaína en el cristal de la mesita. Víctor de nuevo se acercó hasta mis labios, me susurró como un enamorado.

- ¿A dónde ibas con las maletas, es que me dejas, no recuerdas lo que te dije esta mañana? Eres mía, y si no, de nadie. - Asustada, una lágrimas vacías saltaron suicidas hasta el suelo.

- No llores mi amor, que pensará de ti mi amigo. Por cierto ¿te acuerdas de Toni? Esta tarde quedamos para ir de copas, pero primero le he invitado a ir de putas. - Me hablaba a la vez que me lamía los labios y la cara como si fuera un perro sarnoso.

No sé de donde saqué los tres gramos de fuerza para escupirle a los ojos, pero lo hice, su cara de susto dibujo una leve sonrisa en mi rostro. Él me devolvió el envite partiéndome la cara de nuevo con una bofetada a mano abierta. Un diente se desparramó por la mesa junto a un cuajo de sangre caliente, la boca y los labios dolían horrores a cada latido de mi corazón.

Víctor invitó a su viejo amigo a seguir con su labor. Este arremetía como un animal enloquecido. Noté como algo dentro de mí se rajaba. Busqué como pude a mi marido y desde lo más profundo de mi alma le supliqué que parara.

- ¿Por qué me haces esto? – Fueron las únicas palabras que pude sacar de una garganta rota y casi asfixiada.

La impotencia llegó a límite, me dejé llevar vencida. El amigo de Víctor le hizo una señal, un gesto para que se aproximara junto a él. Entre mofa, insultos y alcohol, los dos eyacularon a la vez sobre mi cuerpo, un cuerpo ya derrotado y ensangrentado.

Gracias a Dios perdí el conocimiento, ese desmayo sin duda fue lo mejor que me pasó en ese día.
 
…- Señora Sáez, hace un instante ha declarado que tanto su marido como el amigo de éste habían consumido gran cantidad de alcohol y drogas. En algún momento pensó que esa forma de actuar por parte de ellos fue causada por la ingesta de estas sustancias.

- Señoría, Víctor llevaba un tiempo perdido, ofuscado, muy cabreado. Repetía constantemente que estaba harto, que lo estaban engañando, que lo iban a despedir del trabajo, que esta crisis, que los pagos, que, que, que. Que no sabía que excusa poner. Nada lo calmaba, por nada se contenía, al contrario, si pasaba más tiempo de lo normal en casa, aparecían los nervios y algo acababa roto. Una tarde, agarró con fuerza el marco con la foto de nuestra boda y en un gesto de rabia, se mordió el labio hasta que le sangró, cuando se percató que sus lágrimas se mezclaban con las gotas de sangre en el cristal del retrato, lo hizo añicos contra la pared. Salió de la casa a prisa y corriendo, sin dar ninguna explicación, solo un portazo, como hacía siempre. Esa tarde fue a la taberna de su antiguo barrio, Toni, su amigo de cuando era joven, estaba allí, siempre estuvo allí, como si lo estuviera esperando.

De nuevo encendieron el fuego de su juventud, lo mandaron todo a la mierda, como hicieron de jóvenes. Pero ya no eran críos y, ya no era un juego de adolescente. Eran hombres adultos cabreados con todo y con todos, dos personas que, no sé por qué, querían ver arder el mundo.

- Entonces señora Sáez, ¿por qué tomó la decisión de volver a su piso? ¿Por qué no pidió ayuda a la policía? Parece que sabía lo que iba a suceder.

- No señor juez, ese día empezó mal y terminó peor. Cuando desperté del desmayo, medio desnuda y ensangrentada, vi que Víctor dormía sobre la cama y su amigo no estaba. Me puse lo primero que encontré, salí de aquel horror. Angustiada, en la escalera quise gritar, quise pedir auxilio, pero el miedo ahogó mi garganta, por nada del mundo quería despertarlo. Tiritaba, convulsionaba, los fríos del terror recorrían todo mi cuerpo. Respire hondo y cerré los ojos, quería pensar. Extrañada comprobé que mi mano agarraba con fuerza el bolso, era raro, no lo solté en toda la tarde, como si en el estuviera mi salvación. La mano dolía de tanto apretar, del bolso saqué un llavero atiborrado, por casualidad tenía la llave de la terraza del edificio. Ese sería un buen sitio para esconderme durante un rato, ese sería un buen sitio para encontrar alguna respuesta lógica a aquel trágico suceso. Nadie, y sobretodo él me buscaría en ese lugar.

Serían las once de la noche cuando me senté en la cornisa de la azotea. El móvil comenzó a sonar cruelmente, era Víctor, una y otra vez, las llamadas de mi marido sonaban como los chillidos de las hienas cuando acorralan a su víctima. Miré el móvil con ojos rabiosos y lo desconecté, me dio ganas de estamparlo contra la acera de la calle, si aquel maldito aparato hubiese respirado lo hubiera estrangulado.

El trajín de coches, de luces, de personas minúsculas que pululaban doce pisos más abajo me distrajeron un poco, mis recuerdos abandonaban a ratos el salón de mi casa. El frío de las cinco de la madrugada se asoció fielmente al plan que mi marido había trazado para mí ese día, ya calaba mis huesos, tuve que abandonar mi refugio.

Lo sucedido aquella tarde en mi casa me superó, conecté de nuevo el teléfono y me dispuse a llamar a la policía, pero saltó el buzón de voz. “Tiene seis mensajes nuevos y quince llamadas perdidas”, todas de él, todas de mí querido marido, todas, del hombre que esa tarde me violó. Se me paró el corazón al oír sus primeras palabras en el contestador.

- Lo siento cariño, soy un desgraciado. No sé lo que me pasó por la cabeza, te he hecho daño. Sabes que te quiero, vamos ha hablarlo, déjame explicártelo, por favor mi amor, sin ti no soy nada, no soy nadie. Te quiero y tú me quieres, deja que te demuestre que ha sido un error, vuelve. Tú sabes que no soy así, han sido las drogas, ha sido este Toni, me enciende, me provoca. Sabes que sería incapaz de hacerte daño, eres lo que más quiero en el mundo y yo sé que me quieres. Te juro que acabaré con esto de una maldita vez, me cortaré las venas, me ahorcaré, no sé, me tragaré la puta lejía si no me perdonas. Vuelve mi amor o acabaré con esta mierda de vida que tengo.

Otra vez vomité, otra vez el miedo comenzó a subirme por las piernas magulladas, miré el teléfono y con unos dedos temblorosos marqué el 112. Como puede le expliqué lo sucedido, me aconsejaron que no regresara al piso por nada del mundo, al menos hasta que no llegara la policía.

De puntillas pasé por la puerta de mi casa y en un gesto inexplicable arrimé el oído a la puerta. No se oía nada, un silencio cruel y atronador, como si en ese salón esa tarde no se hubiesen abierto de par en par las puertas del infierno.

O Víctor no estaba, o había cumplido su juramento.

  • Señoría quise comprobar que ese mal-nacido se había quitado la vida.
Al coger de nuevo el llavero toqué la prueba de embarazo que compré esa mañana, no era el momento, pero seguro que esa era la causa por la que agarraba con tanta fuerza el bolso. Entré en mi casa como si fuera un ladrón, ni siquiera respiraba. Mi marido se desparramaba desnudo en el sofá, sin moverse. El brazo y la pierna colgaban hasta el suelo, no se movía. En el suelo, junto a su mano inerte, un vaso vacío y en la mesita, resto de cocaína y un frasco de pastillas también vacío. No respiraba, me paré un rato y vi que su pecho no se hinchaba, por fin no se movía. Suspiré aliviada y extrañada, por una vez en la vida aquel trozo de carne había cumplido su palabra.

Ya en la cocina un vaso de agua me consolaba una garganta áspera y reseca de tanto tragar inmundicias ese día, a la vez marcaba el 091 en el teléfono.

El brazo de Víctor me agarró con fuerza por la cintura, él estaba a mi espalda, con el otro brazo me sujetó con violencia a la altura de mis pechos, incluso apretó un seno hasta que noto mi aliento de dolor, me atrapó por la espalda como un miserable y me susurró otra vez al oído como si fuera un marido enamorado.

  • Sabía que volverías. Eres mía y de nadie más, y tú lo sabes. ¿Por qué no me quieres como yo te quiero a ti? Tu tienes la culpa de lo que te ha pasado, te lo dije esta mañana, eres mía, y si no, te mato.
Su mano soltó mi seno pero apretó mis labios, me restregó fuertemente los dedos por la boca y la cara como si tuviera que olérselos. Cerré los ojos e intente respirar profundamente, otra vez me había cogido a traición, otra vez el amor de mi vida me sentenciaba a muerte al oído. Dejé el teléfono en la encimera, la voz del agente de policía se oía de fondo. Tenía los ojos cerrados, siempre cerrados, no quería volver a verle la cara al miedo y al dolor. Él me abrazaba con fuerza, incluso intentaba besarme el cuello.

Cogí el cuchillo grande de la carne. Se lo clavé horrorizada por la barriga y, se lo saqué aliviada y por la garganta.

Cuando abrí los ojos, Víctor terminó de mover las piernas tirado sobre un charco de sangre en la cocina de nuestro hogar, sus ojos por fin estaban vacíos.

- Señora Sáez, de aquel día rocambolesco han pasado ya casi cinco meses, ¿qué piensa de lo sucedido?, ¿cómo se siente ahora?

- Señor Juez, mi cabeza bulle como una olla a presión, voy y vengo a aquella tarde constantemente. Cuando cierro los ojos me despierto en mi casa, sobre la mesa del salón, veo como la lámpara se descuelga del techo como si fueran serpientes rabiosas, no aguanto más de dos horas dormida por la noche. Paso largos ratos en las duchas de mi corredor durante el día, me alivia sumergir por completo la cabeza en el lavabo repleto de agua, allí adentro no se oye nada, no se ve nada, no pienso en nada, allí adentro estoy protegida, Toni sigue en la calle, escondido como un mal bicho, esperando a que salga de aquí para terminar lo que empezó con Víctor. Hay momentos que me gustaría mandarlo todo a la mierda y acabar con esto de una vez, pero no puedo, no sería justo.

Señoría es tremendamente fácil hacerle daño a la persona que quieres. El amor y el odio caminan juntos amarrados por la cintura, unidos por un finísimo cordel que se puede hacer mil jirones con un simple mal gesto o con una mala sensación, pero lo que pasó aquella tarde no fue un error, no fue un mal entendido, no fue una coincidencia trágica, aquella tarde era mi vida o la suya.

Dicen que tenemos lo que nos merecemos, dicen que nosotros solos labramos nuestro destino y dicen que casi siempre recogemos tempestades. Señor Juez mi único error fue querer a un hombre, mi único delito en la vida fue entregarle mi amor a otra persona.

Señoría espero que desde su posición me explique el por qué de esta injusticia, de este descalabro, por qué yo realmente no lo sé.

Aunque si sé una cosa, una cosa que me roe las entrañas y me asfixia poco a poco, una cosa aún más cruel que lo sucedido aquella tarde en mi casa. Tengo un nudo en el corazón, señoría como le explico al hijo que llevo dentro que yo maté al hombre que más he querido en toda mi vida.

Como le explico a mi hijo que yo maté a su padre.
 
 
 
 
 
Besos y abrazos vecinas y vecinos,
         
                    ..........y perdón por las faltas de ortografía, esto es un borrador ......















lunes, 16 de junio de 2014

ENTRE GIGANTES Y PINCELES

Buenos días vecinos y vecinas.
Hoy os quiero despertar, y lo voy hacer al revés. Hoy os quiero despertar de vuestro sueño con un cuento.
Este relato que hoy os presento es el segundo de mis cuentos con el que participé en este libro-joya en el cual tuve el honor de participar junto a mis compañeros y compañeras de la Asociación LAPISLÁZULI Literaria.
Ya sabéis, cada quincena hacíamos nuestras reuniones en el Museo Provincial de Jaén y usábamos el mundo o la vida del día a día en el museo para inspirarnos y crear así estos maravillosos cuentos.




Este cuento está basado en un enorme lienzo que corona magnifico una de las salas de bellas artes de dicho museo.
Una tarde que paseaba con mi hijo Kiko, este se quedó mirándolo estupefacto de abajo hasta arriba y me dijo que escribiera sobre el. Me encantó, ya le había echado el ojo días atrás y ese fue el empujón que me faltaba para ponerme manos a las obra.
La temática, por qué no recocerlo, de mis preferidas, aunar un pasaje de una de las mejores obras de la literatura y oleos en un enorme lienzo, y yo a su vez crear un cuento sobre ello. Me entusiasmó la idea.

La obra se titula: "Don Quijote y los molinos de viento". Del pintor malagueño José Moreno Carbonero (1860-1942). La obra está datada en el 1878 y obtuvo varios premios en su día.
Cómo podéis imaginar intenté rizar el rizo y busqué la manera de mirar por los ojos del pintor y sobretodo,  de Miguel de Cervantes.


           
 

 

Espero que os guste. Yo me lo pasé genial.......


ENTRE GIGANTES Y PINCELES                                                                        wiwi.-


“Dicen por ahí que el viento ha cambiado, que este aire solano no tiene piedad, y trata al justo y al pecador de la misma manera.
Dicen que este viento nuevo, que se instaló aquí tras los delirios de un loco, no conoce el arrepentimiento, pues creen que viene del mismo infierno….”



Un soplo helado en la nuca me despertó de la desidia. Me giro y, nada.

Ante mis ojos un páramo agreste, de un color añil gastado, rodeado de unos pastos secos y un olor a vacío y soledad que contaminan mis pulmones. Cuatro vencejos volaban despavoridos, ni siquiera graznaban, huían de algo o de alguien, creo que de esta calor.

Otra vez aquel escalofrío en mi cuello, tirité como si alguien me susurrara palabras de amor a la espalda. Me giro de inmediato, nada, nadie, solo aquel viejo molino medio moribundo.


Nada se mueve, no se oye ni mi respiración. Contemplo por un instante el edificio. Lo palpo y lo mimo con precaución, parece que aquella vieja mole de piedra se quisiera desvanecer en mis brazos.

Arriba, las telas de las aspas, colgaban ajadas y acribilladas por el sol y el viento. La cal que un día sirvió de protección se desparrama por el suelo como si fueran trozos podridos de corteza. De su medio tejado, sus tejas mal viven quebradas y apunto del suicidio. El tiempo y el olvido se cebaron cruelmente con aquel molino, sus piedras morían poco a poco en una agonía injusta.


Solo algo se mantiene con vida junto aquel moribundo, algo que nace con cada amanecer, algo que mantiene anclado a la vieja mole a aquella tierra áspera y rota: Su sombra.

Día tras día, año tras año, aquella sombra se encarga de recordarle al molino que lo condenaron a cadena perpetua, y no a pena de muerte, que está ahí por algo, que lo mantiene con un hilo de vida por alguna causa.

Su sombra es oscura y persistente, es cruel y acusadora. Miles son las veces que le reclama, que le recuerda al viejo agónico, que es ella la responsable de su único momento de vida.

Pero también es fresca y protectora. Es un manto que te cobija, y si quieres, allí, te vuelves invisible. Envuelto entre sus brazos oscuros el mundo es diferente.


Las altas temperaturas del mediodía poblaron mi frente y mi cuello de un sudor espeso y almizclado, como si hubiera tragado arena, mi garganta se secó. El zurrón de pellejo donde guardaba mis arreos, quemaba. En su interior las ceras poco a poco se iban derritiendo, los carboncillos se rompieron en mil pedazos y mancharon de tizne mis manos, hasta el papel se cuarteó en un momento.

¿Qué me llevó hasta aquel sitio?, ¿Cuál fue el impulso de conocer aquella tierra quebrada, donde por su grietas exhalaba su hálito el mismo infierno?

Nunca antes sentí aquel calor en mi vida, aquella asfixia. Me quedé sentado, acurrucado en la sombra del molino, con la cabeza entre las piernas y los ojos cerrados, intentando respirar, intentando desaparecer.


No recuerdo el tiempo que llevaba al cobijo de aquella sombra, cuando un viento solano se levantó de aquel suelo infernal. Como si de un dragón se tratara, lanzó su fuego sobre mí sin reparo alguno. Parecía que aquel aire llevara consigo miles de alfileres incandescentes que se clavaban en mi cara y en mis piernas. Como puedo intento protegerme, me agacho aún más y coloco el zurrón justo frente a mi cara para intentar desviar aquel viento ardiente, pero este arremete con más violencia. Está claro, soy un extraño y el aire me quiere expulsar de su territorio.


De pronto un sonido, unas maderas se retuercen. Aquel viento comenzó a mover lentamente las aspas del viejo molino.

Era como si un tiovivo volviera a la vida después de mil años. Al principio sus aspas se movieron con dificultad. A cada giro, sus maderas gritaron, a cada empujón de viento, un lamento de sus lonas roídas.

Aquel montón de piedra y olvido comenzó a respirar, a moverse al son de un aire que conoce desde hace mucho tiempo, un aire al que ama, aunque lo envenena cada vez que se encuentra con el.

Gira y gira cansinamente, cada vez con más fluidez, ya no se oyen ni un achaque ni un reproche, mis oídos se llenan de un zumbido alegre y vivo. En su interior, un corazón de piedra empieza a latir.


Tras las aspas que cada vez giran con más viveza encontré alivio, y por sus acribilladas lonas se filtraban destellos de luz como relámpagos en una noche de tormenta. La sombra se llenó de misteriosas destellos. En ese momento me sentí extrañamente libre.


El soniquete alegre del giro de maderas, el ronroneo de los bloques de piedra volviendo a la vida, los destellos de luz que cegaban mis ojos: Por fin la encontré.

Fue allí mismo, a la sombra del viejo molino, envuelto en un caleidoscopio natural de luz y sonido donde al fin hallé la droga más dañina y más dulce de todas, aquella que te libera la mente y le muestra la verdad a los ojos.

Por fin oí “El Canto de Sirenas…”


Agarré ceras y pinceles, papeles y emociones, mi corazón galopaba a tropel por mi pecho. Yo también vi gigantes.


Afortunado de mí, aquella sensación de angustia y delirio me despejó el alma y los pulmones. El aire ya era fresco y lo vi todo con perfecta claridad.

Un suspiro bastó. Rápidamente cogí pinceles y papel. Pinté, mezcle colores sin tan siquiera mirarlos y guiado por mi corazón dibujé en el lienzo con los ojos cerrados.


Allí anda el bueno de Sancho arreando a su terco asno, desgañitándose, reclamando cordura a su amo, mirando al cielo, como hizo tantas veces.

¡Acá viene!

Don Alonso se bajó la visera de su abollado yelmo, lo hizo con firmeza, de un golpe seco. Apoltronó su lanza bajo el brazo y azuzó con premura al pobre de Rocinante… Aquella batalla pasó a los anales de la literatura.

Afortunado de mí. Yo también vi gigantes.

jueves, 5 de junio de 2014

RAICES

Qué tal vecinos.
Hace unos días se cumplieron dos años de un proyecto para mi, de los más importantes de mi vida.

En el 2011 los componentes de la Asociación literaria LAPISLÁLULI a la que pertenezco, emprendimos este proyecto para el Museo Provincial de Jaén.
Ese año, el 2011, se conmemoraba el 40 aniversario del Museo de Jaén en el edificio donde lo conocemos hoy en día en el Paseo de la Estación.

Conocimos a Paqui Hornos, directora del Museo Provincial, enamorada de la Historia y el Arte y sobretodo de lo que se resguarda entre aquellos muros y que ella promociona cómo nadie, excelente profesional y gran amiga desde entonces.

Tras varias ideas decidimos hacer lo que más nos gustaba a todos y todas. Escribir cuentos.
Los componentes de la asociación nos pasamos casi un año allí metidos. Cada quince días nos reuníamos en el museo y usamos la vida del museo como disparador creativo. Obras de arte, arquitectura, historia, vestigios, trabajadores, rincones, visitantes...todo valía, todo era un aprender para luego volcarlo sobre el cuento.
A finales de mayo del 2012 desde la Asociación LAPISLÁZULI literaria publicamos:

CUENTOS EN EL MUSEO


En este pequeño libro, en esta pequeña joya, yo participé con dos cuentos.
El que os presento hoy está inspirado en un cuadro de un autor valenciano: Antonio Fillol Granel (1870-1930). Se titula LA REBELDE. Este oleo se enclava en el estilo o contexto cultural del Modernismo o Art Nouveau. Refleja una escena de la vida diaria de un campamento gitano. La esencia del cuadro es este momento dramático que se palpita en el mismo, dejando así abierta a la imaginación del receptor el antes y el después de la escena.


He de ser sincero al decir que este cuento tiene truco, pues el cuadro en cuestión es el preferido de una persona muy especial para mi que trabaja en el museo desde hace ya muchos años y casi me contó el relato de la historia ella.

Mi versión de este cuento la titulé  RAICES, y espero que os guste, como me gustó a mí desarrollarla.


 
 
 
 

 
                                              RAÍCES                                                               wiwi....   
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El honor y tradición,
a veces martillean el alma
y lo hacen con un mazo pasado y frío, ahí,
justo en pecho, donde asfixia.......

Esclavos de sus raíces, fieles a una cultura, obcecados en una forma de vida ancestral. Son capaces de vagar por el barro y el cieno, y asimilan las inclemencias del cielo a pecho descubierto. Ni se tiñen, ni se tapan, ni aceptan, ni pretenden. Son nómadas, pero con un sentimiento propio anclado en el corazón.
Nunca buscaron el beneplácito de los demás, tan solo el trueque o el jornal por sus expertas manos. Viven y vienen con las estaciones del año, el árbol no se despoja de su primera hoja hasta que no oye el tintineo de las carretas cuando llegan al pueblo a la cosecha, ya es otoño.
Les aburren los constantes reproches de los demás, siempre la misma cantinela. Ellos no cambian sus camastros fríos y duros por una vida en la ciudad. Las ciudades están encorsetadas, llenas de normas estúpidas e inútiles que no tienen sentido. Nunca cambiarían el calor artificial de unos braseros que huele mal, por el calor natural de una lumbre al abrigo de unos castaños.
 
Yo soy patriarca y con mi vara de mando dispongo cual es la mejor sombra o el mejor cobijo para los míos, y los míos son lo más importante en mi vida, más allá de mi propia vida….
 
Ese invierno se instaló en la siguiente primavera, el campamento permaneció parado más de la cuenta. Ya no quedaba leña que quemar ni perdiz o conejo que comer. Ella caminaba todas las tardes hasta el pueblo, envuelta en su tela de paño.
La mirada al cielo y el andar liviano, de puntillas, como una bailarina. Su piel se bañó en el color de la miel de encina, morena, dorada. El sol se enamoró de sus ojos negros y el viento se moría por sus pestañas infinitas. Sus caderas eran el balanceo del mar y de sus pies descalzos brotaba la más bella melodía. De melena negra, azabache, como la noche más oscura y limpia del mes de enero. Y al final de sus labios, la ternura, la virginidad de un nuevo amanecer.
 
Existen muchos venenos en el mundo y muchas formas de padecer, pero la más cruel y devastadora es, un mal amor.
Desgraciadamente el amor es caprichoso y cuando actúa, no entiende ni de reglas ni de normas humanas.
 
Él, rubio como el sol de las dos de tarde, de piel blanca, casi transparente, de mirada sincera y alegre. A la cuarta tarde que salió a la plaza a esperarla, a ensoñarse con la melodía de sus andares, se decidió a acercarse y presentarse a la muchacha de los pies desnudos.
Ella, que ya en la primera mirada del muchacho su corazón cambió el giro de sus latidos, con un solo beso en la mejilla le bastó para enamorarse de aquellos ojos azules.
Él se llamaba Lorenzo y ella, Celeste. Y el amor, esta vez, salió con los ojos cerrados, sin miramientos ni explicaciones.

Al cabo de tres semanas cuando ya la primavera moría y el barro de los pies ya estaba seco, el patriarca decidió que ya era hora de levantar el campamento. Pidió su vara de mando para reafirmar la orden, su hija Celeste como cada mañana la posó en sus manos.
Dolió tanto aquella orden que la joven de ojos negros se arrodilló en el suelo de dolor. Su corazón se rompía a pedazos.
Las madres lo saben todo, aunque no hablen ni pregunten, sus ojos son sabios. A la madre de Celeste aquel gesto de la joven hundiendo la cabeza entre las piernas y acallando sus lágrimas, le confirmó el desastre que intuía.
En una sombra, protegidas de miradas ajenas y de oídos fisgones e inventivos, allí, sentenció a su hija. La obligó a jurar por su vida, incluso la obligó a jurar por sus muertos. Debía de olvidarse del muchacho del pueblo, en aquél instante tenía que finalizar su amor. Pero Celeste no pudo jurar, no quiso jurar.
Dicen que la causa de que la luna se ilumine unas noches más que otras es, por el llanto de la nostalgia y sobre todo, por las lágrimas de la envidia.
 
Aquella noche, Celeste, miró con rabia el resplandor que había en el campo, anduvo furtiva por las sombras de los olivos hasta el pueblo, y caminó por primera vez con sandalias, para no hacer ruido. Esa noche la luna fue testigo de la unión de amor más puro. Esta, celosa y envidiosa de aquella joven gitana se iluminó aún más para delatar aquel amor y aquella unión. Esa noche la luna lloró amargamente por algo que nunca podría tener.

A la mañana siguiente, aquellas malditas sandalias, a solas y en voz baja, le contaron a la madre lo sucedido la noche anterior en aquel campo de plata.
Decepcionada, resignada, avergonzada, se lo contó a su marido, el padre de la niña, el patriarca.
 
La joven de los ojos negros camina sola. El amor fue el culpable de su destierro. Repudiada y expulsada de su familia por culpa de una cultura y una tradición.

Camina sola, su mano en el pecho aliviando su asfixia, pero descalza, para hacer ruido, para que la oigan…

Juana todos los días desde que entró a trabajar en el museo hace lo mismo. Ni se lo explica, ni lo entiende, pero tiene que saludar o despedirse de aquella joven. De vez en cuando, si nadie mira, se sienta en el banco que hay enfrente, se descalza y se mira los pies desnudos.
Juana siempre ha dicho que la luna es una chivata, por eso prefiere el sol.


besos y abrazos queridos vecinos.....